Canción: Y nos dieron las diez
Canta: Uno de los más grandes, Joaquín Sabina.
Es una historia de bar. Y son tantas las historias que ocurren en ellas en esas noches de alcohol donde abundan mujercitas no tan santas -con lo de buenas y malas prefiero no calificar, pues eso depende del cristal con qué se mire no?. Me cuentan por ahí q las historias comunes y corrientes de cantina no son tan elegantes. Pero d q a más de a uno le pasó algo similar alguna vez en su vida, me cuentan también, parece confirmado. Mejor dejémoslo ahí. Y pidamos otra cerveza.
Fue en un pueblo con mar
una noche después de un concierto.
Tú reinabas detrás
de la barra del único bar que vimos abierto
-”Cántame una canción
al oido y te pongo un cubata”-
-”Con una condición:
que me dejes abierto el balcón de tus ojos de gata”-
Loco por conocer
los secretos de tu dormitorio
esa noche canté
al piano del amanecer todo mi repertorio.
Los clientes del bar
uno a uno se fueron marchando,
tú saliste a cerrar,
yo me dije:
“Cuidado, chaval, te estás enamorando”.
Luego todo pasó
de repente: tu dedo en mi espalda
dibujo un corazón
y mi mano le correspondió debajo de tu falda.
Caminito al hostal
nos besamos en cada farola,
era un pueblo con mar,
yo quería dormir contigo y tú no querías dormir sola.
Y nos dieron las diez y las once, las doce y la una
y las dos y las tres
y desnudos al anochecer nos encontró la luna.
Nos dijimos adios,
ojalá que volvamos a vernos.
El verano acabó
el otoño duró lo que tarda en llegar el invierno,
y a tu pueblo el azar
otra vez el verano siguiente
me llevó, y al final
del concierto me puse a buscar tu cara entre la gente.
Y no halle quien de ti
me dijera ni media palabra,
parecía como si
me quisiera gastar el destino una broma macabra.
No había nadie detrás
de la barra del otro verano.
Y en lugar de tu bar
me encontré una sucursal del Banco Hispano Americano.
Tu memoria vengué
a pedradas contra los cristales,
-”Se que no lo soñé”-
protestaba mientras me esposaban los municipales.
En mi declaración
alegué que llevaba tres copas
y empecé esta canción
en el cuarto donde aquella vez te quitaba la ropa.
Y nos dieron las diez y las once, las doce y la una
y las dos y las tres
y desnudos al anocher nos encontró la luna.
Y nos dieron las diez y las once, las doce y la una
y las dos y las tres
y desnudos al anocher nos encontró la luna.
Es una historia de bar. Y son tantas las historias que ocurren en ellas en esas noches de alcohol donde abundan mujercitas no tan santas -con lo de buenas y malas prefiero no calificar, pues eso depende del cristal con qué se mire no?. Me cuentan por ahí q las historias comunes y corrientes de cantina no son tan elegantes. Pero d q a más de a uno le pasó algo similar alguna vez en su vida, me cuentan también, parece confirmado. Mejor dejémoslo ahí. Y pidamos otra cerveza.
Fue en un pueblo con mar
una noche después de un concierto.
Tú reinabas detrás
de la barra del único bar que vimos abierto
-”Cántame una canción
al oido y te pongo un cubata”-
-”Con una condición:
que me dejes abierto el balcón de tus ojos de gata”-
Loco por conocer
los secretos de tu dormitorio
esa noche canté
al piano del amanecer todo mi repertorio.
Los clientes del bar
uno a uno se fueron marchando,
tú saliste a cerrar,
yo me dije:
“Cuidado, chaval, te estás enamorando”.
Luego todo pasó
de repente: tu dedo en mi espalda
dibujo un corazón
y mi mano le correspondió debajo de tu falda.
Caminito al hostal
nos besamos en cada farola,
era un pueblo con mar,
yo quería dormir contigo y tú no querías dormir sola.
Y nos dieron las diez y las once, las doce y la una
y las dos y las tres
y desnudos al anochecer nos encontró la luna.
Nos dijimos adios,
ojalá que volvamos a vernos.
El verano acabó
el otoño duró lo que tarda en llegar el invierno,
y a tu pueblo el azar
otra vez el verano siguiente
me llevó, y al final
del concierto me puse a buscar tu cara entre la gente.
Y no halle quien de ti
me dijera ni media palabra,
parecía como si
me quisiera gastar el destino una broma macabra.
No había nadie detrás
de la barra del otro verano.
Y en lugar de tu bar
me encontré una sucursal del Banco Hispano Americano.
Tu memoria vengué
a pedradas contra los cristales,
-”Se que no lo soñé”-
protestaba mientras me esposaban los municipales.
En mi declaración
alegué que llevaba tres copas
y empecé esta canción
en el cuarto donde aquella vez te quitaba la ropa.
Y nos dieron las diez y las once, las doce y la una
y las dos y las tres
y desnudos al anocher nos encontró la luna.
Y nos dieron las diez y las once, las doce y la una
y las dos y las tres
y desnudos al anocher nos encontró la luna.
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