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(...) Contrariamente a la imagen que se ha confeccionado (por parte de los medios de comunicación de EE.UU) de la CIA, la función que le otorgaron sus patrocinadores originarios, no era primordialmente estratégico-militar. Su objetivo consistió, desde el principio, en ganar la batalla de las ideas. Si el Fondo Monetario Internacional, el Plan Marshall y el Banco Mundial se convirtieron en los instrumentos económicos que los Estados Unidos utilizaron a partir de 1945 como muro de contención contra el avance de los movimientos de izquierda; la Agencia fue la herramienta que permitió vencer las resistencias ideológicas que colisionaban con los propósitos norteamericanos de hegemonía mundial. Hoy se encuentra ampliamente documentado cómo la CIA no escatimó ningún recurso para alcanzar sus objetivos de dominio ideológico. Se compró la conciencia de destacados intelectuales aparentemente intachables. Se sobornó a líderes sindicales para que pusieran freno a los sectores más radicales del movimiento obrero. Se crearon decenas de revistas de cultura y arte en las que, desde una perspectiva aparentemente “neutral” y “libertaria”, se atacaba y desprestigiaba a los intelectuales más comprometidos con su tiempo. Y cuando la trama de la corrupción no resultaba suficiente para imponerse, se preparaban las condiciones para el golpe de estado y el asesinato del enemigo.
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