La mudanza

Hace unos días que me mudé para este nuevo lugar en el que estoy. He traído conmigo mis pequeñas pertenencias personales. Mi pequeño patrimonio. Y anoto, como si de un registro contable se tratara: mi pequeño horno eléctrico, mi pequeña pavita eléctrica que me hierve inmediatamente el agua con la cual me preparo mi infaltable café con leche (o café solo), mi pequeña heladera comprada de segunda (que es tan pequeña que hasta yo soy más grande que ella, aunque… sólo un poquito más), mi reproductor DVD, mi cámara fotográfica, obviamente pequeña también. Y… mi más preciado tesoro: mi computadora de escritorio, y el escritorio de la misma, obviamente.

Eso es todo, además de mi ropa claro y las otras cosas indispensables de limpieza y las que sirven para prepararse la comida más básica.
Eso es lo que tengo, y todo lo demás lo que no tengo.
En el otro lugar se quedaron la cucheta, porque aquí no me permitían traerla, y mi colchón, que, valgan verdades, ya merecía ser tirado a la basura. El pobre estaba viejo. Colchón de espuma, mas bien de retazos de espuma; y, por ser barato, casi hecho para desmenuzarse días después… y yo lo tuve cerca de un año.

Me mudé un sábado, este último sábado doce de diciembre. Y hay que mudarse un sábado después del mediodía ¿eh?. No sé si lo que se sienta sea adrenalina, pero la mierda que uno pasa unos sustos bárbaros y más si en el nuevo lugar al que tiene que llegar le ponen en carrera contra el reloj. Para tener tranquilidad primero hay que saber que los sábados después del mediodía muchos fleteros no trabajan. Y yo no sabía. Casi desde las 2 de la tarde buscando flete, por aquí, por allá, y nada. Todo cerrado. Uno no quería trabajar. Y de nuevo todo cerrado. Eran como las 3: 30 de la tarde y me encontré un camión en la calle. Con fingida seguridad y un falso proceder de canchero le pregunté al señor que dormía dentro del vehículo que si quería laburar. Y él me preguntó para qué hora. Para ahora mismo, le dije. Para las 4:30 me respondió, y me sonó a última oferta. Le pedí un número para confirmarle en veinte minutos si lo iba a precisar para esa hora. Y me dio su tarjeta. Mi idea era buscarme uno para el momento porque tenía que llegar a más tardar a mi nuevo lugar a las 6 de la tarde. Y yo, como el tipo de palabra que soy, tenía que cumplir. Y busqué por las calles que conocía y donde antes había vistos más de esos camiones, y no encontraba a nadie. Así que llamé al fletero de la tarjeta y le dije que no llegue más tarde de las 4:30 porque si no, lo cancelaba y me pedía otro que tenía disponible para esa hora. Desde las 4 a las 4:30 tuve que alistar los pertrechos que me quedaban por juntar junto a todo lo demás que ya tenía listo desde hace dos días atrás.

A las 4:30 en punto me sonó el portero eléctrico del departamento. Era el chofer con el peón que le había pedido. Al terminar de subir todas las cosas al camión, yo elegí ir atrás junto a mis cosas. Y es que le tenía poca confianza a esa puerta trasera que en vez de cerrar todo sólo se cerraba hasta media altura. Y a mi se me vinieron a la mente, nada más cerrada esa puerta, todos lo robos de los que estuve enterado en este mes de diciembre. Por eso elegí ir atrás. Con la marcha del camión se iba quedando el barrio que por un tiempo había sido también el mío. Adiós y gracias querido Boedo. Son distintos los viajes así. Y a mi más que nostalgia me dejan gratitud, satisfacción y despedida.

Minutos más de las 5:30 habíamos terminado de subir todas mis cosas a mi nueva habitación. Y terminé de arreglar todo a eso de las 11 de la noche. A las 11 de la noche y fusilado. Primero no entendí por qué me había cansado tanto ese día. Pero luego “recordé” que era como si hubiese trabajado todo ese día desde las 9 de la mañana hasta las 23 horas, porque en verdad, nunca había parado. Y sin más, y con la satisfacción del deber cumplido, me bañé y me fui a dormir con esas ganas que tan pocas veces me saben dominar.

Ahora estoy aquí tranquilo. A 6 días después de la llegada. El lugar me gusta. No digamos que me encanta, pero en realidad, tampoco está mal. Lo que sí estoy haciendo por primera vez en mi vida es vivir en un lugar donde se comparten el baño y la cocina. Voy a ver con el correr de los días cómo me llevo con esta nueva situación, pero no creo que tenga problemas en adaptarme. Además el entorno parece agradable y las caras que se ven, no son como aquellas que se ven en otros lados. Los modales son buenos, hasta el momento, cosa que creo q no se puede decir lo mismo de otros lados. Espero no equivocarme y que en estos aspectos las cosas marchen como ahora, o sea bien.

Y como digo, todo bien. La primera impresión es, y está siendo, positiva. La única observación que tengo es para con el colchón. Es un colchón muy cómodo y de resortes. Obviamente, ese no es el problema. El problema es su tamaño. Cada que lo veo es como si, para describirlo de alguna manera, me dijera: “¿Y compadre, para cuándo? Aquí cabe una chica también, y hasta la yapa resultante.” Y a veces estas palabras tienen hasta un aire de exigencia.

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