Toya
En memoria a mi querida abuelita.
Nota: esto lo escribí cuando estaba en Pimentel. Lo escribí en mi cuadernito de apuntes personales, porque sentía la necesidad de capturar los momentos que se me venían a la mente y atraparlos para siempre lo más vívidos posibles. Para cuando si llegase el momento en que la memoria nos hace hasta olvidarnos del propio nombre, yo leyendo esto, pueda recordar a la mujer q más se sacrificó por mi. Mi abuela. Nunca te olvidaré. Jamás. Allá, esa noche, en su cuarto, plasmé las siguientes líneas.
Nota: esto lo escribí cuando estaba en Pimentel. Lo escribí en mi cuadernito de apuntes personales, porque sentía la necesidad de capturar los momentos que se me venían a la mente y atraparlos para siempre lo más vívidos posibles. Para cuando si llegase el momento en que la memoria nos hace hasta olvidarnos del propio nombre, yo leyendo esto, pueda recordar a la mujer q más se sacrificó por mi. Mi abuela. Nunca te olvidaré. Jamás. Allá, esa noche, en su cuarto, plasmé las siguientes líneas.
Viernes 10 de agosto del 2007
Este es el día en que gané un ángel.
Ya desde el día anterior me sentía muy mal. Ese jueves sentía el corazón algo raro. Me pateaba el pecho y lo sentía inquieto. Como si me estuviese empezando a decir que le preste atención, haciendo notar su existencia.
El día siguiente fue igual. Sólo que peor. El corazón me latía con mucha fuerza, demasiada, y yo, mientras trabajaba me sentía bordear el infarto.
Se me pasó por la mente que ese palpitar no era algo fortuito ni que yo empezaba a sufrir de la presión. Desde un inicio no le quería hacer caso. Ese jueves tan sólo fue como si me hubiera dicho que es una señal, de algo (y no quería seguir más allá, así que ahí lo dejé).
Pero el viernes ya no podía dejar de pensarlo. Desde que me levanté. El corazón era un rebelde que me pateaba, que me golpeaba, que me asfixiaba, a punto de hacer explosión.
Ese día en el trabajo no me quedó la menor duda: estaba descubriendo la corazonada. Sólo que no quería reconocer lo que me pasaba xq no sería una corazonada grata. Era un aviso. Y era el que nunca quería aceptar y me negaba a pensar, me prohibía imaginarlo. Porque de hacerlo hubiese sido como empezar a dejarse vencer y empezar a dejarla de apoyar en su lucha, que era la lucha de todos. Ni lo uno ni lo otro. Yo no iba a perder, yo no iba a perderla.
Sin embargo, ese viernes, temía llegar a la casa.
Cuando lo hice, Coky, que ya había llegado, me lo dijo, me ametralló: "Chino, mi mami está agonizando".
Y yo ahí. Frente a ella. Parado. Inmóvil. Mi mami me estaba avisando. Y quizás pensaba en mí.
Y yo al frente de Coky. Con mi mano inflamada y tan grande como un guante de boxeo. Doliéndome terriblemente. Y el dedo infectado por usar el anillo y trabajar en la granja.
Yo sólo le pedí que me acompañara a alguna clínica a curarme la mano. Y llamar a Chiclayo a saber de la abuela. Fuimos a la "salita" de Merlo. Estuvimos despiertos, ya en la casa, hasta las 2:30 ó 3 de la madrugada, llamando y atentos al celular.
Con el corazón a mil, me fui a la cama. Pensé que era la señal de la despedida. Estaba preocupado, inquieto, pero no lloraba. Como queriendo hacerle el aguante, sostenerla hasta el final.
Al día siguiente me desperté con el ritmo normal. Y Coky cumplió su función de heraldo negro.
Unas horas después se estaba preparando todo para llegar a darle la despedida. Salimos el sábado a las 6 de la mañana y llegamos a Lima 4 Hs 40` más tarde.
Poco tiempo después tomamos un ómnibus. Nos llevó hasta Trujillo y luego tomamos otro hasta Chiclayo. Fuimos de frente a ver a la viejita. Llegamos el domingo a eso de las 2 de la madrugada. Estaba en casa de la tía Lido, en Chiclayo.
Ese día la llevamos desde ahí hasta su lugar de descanso, en Pimentel. A eso de las 4:30 ó 5 de la tarde estábamos saliendo.
Pensar que sólo estábamos la familia. Del abuelo y de la abuela. Y salimos en dos buses grandes, ambos llenos.
La abuela era muy querida en Pimentel y era conocida por varias personas. De haber estado al tanto algunas de ellas y haberla tenido no en casa de la tía Lido, sino en Pimentel, mucha gente hubiese colmado la casa y más de una conocida suya hubiese derramado una lágrima recordándola como se recuerda a alguien que se quiere.
Pero la forma en que se hizo fue a pedido del abuelo. Y como a quien se tiene que ver y atender ahora es a él. Por su salud -no soportaba verla a la abuela mal, le afectaba mucho- porque lo dijo él y porque se le quiere en el alma, así se hizo.
Y ahora estoy aquí. A una semana de llevarla en este corazón mensajero suyo. En su cuarto. Y me es imposible no recordarla.
Quisiera escribir páginas enteras sobre ella, contarlo todo y más. Desde los días primeros en que la tengo en mi memoria hasta los últimos segundos que ya he grabado con este inicio.
El libro se llamaría TOYA. MI MADRE, MI ABUELA. MI ÁNGEL.
Son tantas cosas que se tienen que contar de ella. Y tantos los puntos de vista desde los que se la puede ver que quizás me desborde, o no llegue a abarcarlos todos y me defraude a mi mismo.
Porque con ella (entiéndase también con el abuelo) he vivido desde pequeño. Y por tanto con ella he pasado todo lo que me ha marcado en la vida. Y al vivir con ella, supe lo que le pasa a una madre. Me llevó en su espalda cuando era lo suficientemente pequeño. Me protegió por horas en la tempestad del ochenta y tantos que nos agarró camino a Bellavista con el abuelo. La vi enfermarse de cólicos como nunca antes la había visto cuando tenía yo 7 u 8 años calculo. La recuerdo yendo a Linderos o camino a Ayabaquita pocas veces en su vida, a reunirse con su familia, y muy a disgusto del abuelo.
La recuerdo leyendo su periódico, desde siempre, deletreando letra por letra hasta completar la palabra, palabra tras palabra, palabra tras palabra.
La recuerdo dando esos ronquidos que me asustaban y muchas veces no me dejaban dormir, al lado del abuelo, en su cama grande donde dormían juntos, y donde durmieron hasta antes de venirnos a Chiclayo.
La recuerdo cuando íbamos camino a Sambimera. El abuelo manejando su "Ja ja y qué", un enanito parado en medio y mi viejita detrás mío, sentada con las dos piernas para un lado.
La recuerdo en la chacra de Sambimera, en la de "La Cerma" y en la de acá llamándonos, al viejito y a mi, a almorzar.
La recuerdo haciendo sus humitas, sobretodo cuando había visita familiar y preparando su paquetito con cosas de la chacra para que lleve la visita.
Matando sus cuyes de toda la vida para agasajar, y, cuando tenía, hasta algunas gallinas, o pavos, o patos, o conejos, o cerdos.
La recuerdo llorando por la chacra de Sambimera, porque no quería q el abuelo la venda.
La recuerdo llorando por mi papá, desde que me acuerdo hasta cuando tenía 12 ó 13 años, llorando a mares por su hijo. Como si lo hubiese perdido para siempre. Después se calmó, ya no lloraba a mares, pero seguía llorando por él.
La recuerdo queriendo aprender a manejar bicicleta en las pampas que están entre Sambimera y Bellavista.
La recuerdo no hace mucho, 2 ó 3 años, acá en Pimentel. Cuando me hizo reír mucho. Llegando a preguntarme, cepillo en mano, Chino ¿Por qué pica mucho el Kolynos? Cuando en realidad había usado el Dencorub. Yo la gozaba y a ella no le quedaba otra que sacar la lengua y reírse.
La recuerdo dándome para el pasaje de la universidad, ya grandote yo, y ahorrando sus moneditas para ayudarme a cumplir cuando los gastos en la universidad se estiraban un poco. Nunca diciéndome que no. A lo mucho me decía que tenía que prestar o que ya no le quedaba mucho, pero siempre hacía un gran esfuerzo por ayudarme. En verdad, hacía su máximo esfuerzo, quién más sino ella.
La recuerdo, cómo no voy a hacerlo después de recordar el esfuerzo que hacía por ayudarme, el día que llegué con mi diploma de egresado diciéndome "A ver, venga para acá mi hijo. Eso se me merece un abrazo". Y abalanzarse sobre mí y abrazarme fuerte, contenta.
La recuerdo sentadita en su cama -antes de dormir y sobretodo aquí en Pimentel- con un lapicero y un cuaderno con hojas en blanco convertido por ella en su instrumento de práctica de escritura, junto a un libro o a un periódico del cual hacía sus pacientes transcripciones. Media hora así y se quedaba contenta. Y luego rezaba y a dormir.
La recuerdo levantándome a la hora que le pedía que me levante.
La recuerdo lavando mi ropa. Las últimas veces que lo hizo, antes de irme a Argentina, le pedía que no lo haga. Al rato igual veía mi ropa colgada tendida al sol.
La recuerdo empujando su triciclo, acá en Pimentel los últimos tiempos, camino a la chacrá detrás de su Joshe.
Así era mi abuela. Mejor ejemplo de vida no pude haber tenido jamás, del viejo mío y de ella. Su empuje, su coraje, su forma de ser. Sus ganas de aprender a leer y escribir que tanto me conmovían, van a quedar para siempre en mi memoria. Todas esas cosas.
Así era mi abuela. Y quizás no llegue a escribir un libro detallándolo todo por temor a obviar u omitir algo importante. La forma que le pueda dar quizás no me llegue a conformar para mis motivos de honrarla.
Pero así era ella. Así la voy a recordar. Mía, muy mía, madre y abuela, doblemente mía.
La promesa que le hice sigue en pie y se alimenta en su recuerdo y en todo lo que en mí ha formado:
he de luchar toda mi vida por salir adelante, aprovechando todo aquello que me sea útil y descartando todo aquello que no me llene o motive.
Hacia allá vamos. Tratando de aprovechar cada minuto del día -y ya sin dejar de bregar hasta el último segundo de vida que me sea posible, como ella lo hizo, de qué otra manera podría ser ahora-. Para trazar el camino que me deje satisfecho. Por mi, por mi familia. Por mi abuelo. Y por ella. Mi vieja. Mi viejita linda. Mi Toyita. Mi toya.
Hasta la vista Toyita
Hasta la Victoria siempre
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